“Cada mañana en Gaza es un nuevo intento de vivir, y cada noche es un desafío para sobrevivir”, describe un corresponsal de Naciones Unidas en el enclave palestino, quien además es padre de familia y desplazado.
El periodista, que mantiene su nombre bajo anonimato, cuenta para el sitio de noticias de la ONU que, desde que su casa fue destruida en noviembre del 2023, su hogar es una pequeña tienda de campamento.
Duermen sobre el suelo, cocinan con leña y la búsqueda de alimento se volvió un estilo de vida.
Ayham, su hijo mayor de 14 años, “se ha convertido en un experto en transportación de agua” y en “el regateo por un trozo de pan”.
Otros de sus dos hijos, Swar y Saba, aprenden a través de un internet intermitente y de algunos libros, bajo el cuidado de su madre.
Unos 600 mil niños en Gaza no estudian formalmente porque sus escuelas fueron destruidas o por la inseguridad, según la Unicef.
Una de sus otros dos hijos dibujó en una hoja de papel un camión —parecido a los de distribución de ayuda alimentaria– rodeado de personas muertas, algunas mutiladas y con sangre. Incluso hay lo que parece ser un misil.
El corresponsal de la ONU deambula entre hospitales, calles y refugios. Lleva con él su equipo de trabajo “para ser la voz de aquellos cuyas voces han sido silenciadas”.
Con el bloqueo en Gaza, muchos medios de todo el mundo dependen de la cobertura suministrada por periodistas palestinos.
Hassouna, de 48 años, describe que “solía cambiar de zapatos cada seis meses, pero ahora gasto un par cada mes”, afirma.
Ya sea filmando una caótica estampida en un punto de ayuda humanitaria o las sangrientas consecuencias de un bombardeo, Hassouna explica que las penurias extremas de alimentos, agua potable y atención médica complican aún más su labor.